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Se celebró la Gran Fiesta de la Entrada de la Madre de Dios en el Templo



El pasado domingo 4 diciembre se celebró la Gran Fiesta de la Entrada de la Madre de Dios en el Templo. Es una de las Doce Grandes Fiestas del calendario litúrgico. Celebró la Divina Liturgia Su Eminencia Kirilo Obispo de Buenos Aires, Sur y Centro América junto a sus sacerdotes.

En su sermón, el Obispo Kirilo dijo: “Hoy celebramos el suceso cuando los padres de la Virgen María, Joaquín y Ana, llevaron a la Virgen al Templo cuando Ella tenía tres años de edad. Esta Fiesta, como la mayoría de las Fiestas, nos hace reflexionar en la importancia de la unidad familiar y de conservar las buenas tradiciones familiares que unen a la familia con la Iglesia, especialmente en estas épocas en las que muchas nuevas costumbres mundanas buscan destruir la unidad de la familia y su unidad con la Iglesia. Y vemos en este suceso, que dos padres como Joaquín y Ana, eran poco conocidos, dieron a luz a la Virgen María que también era poco conocida en aquellos tiempos, ¡pero luego sería conocida y venerada por todas las generaciones! Y es importante ver lo que esta Fiesta nos resalta: que la tradición familiar no va a agradar a Dios si esta tradición no es coronada con la visita de toda la familia al Templo”, dijo entre otras cosas Monseñor Kirilo.



Tropario de la Entrada de la Madre de Dios en el Templo, Tono IV: Hoy es el preludio de la magnificencia de Dios, y la proclama de la salvación de la humanidad. Hoy la virgen es presentada en el templo de Dios y anuncia a todos la venida de Cristo, por lo tanto clamemos a Ella en voz alta: regocíjate, Tú que eres el cumplimiento de la redención del Creador


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Acerca de la Fiesta:


La Entrada de la Santísima Virgen María al Templo

Esta festividad de la Virgen comenzó alrededor del siglo VII. Se caracteriza la fiesta por una historia que tiene un sentido muy profundo. La pareja virtuosa, Joaquín y Ana, siendo estéril, fue agraciada por Dios con el fruto del vientre: María. Cuando la llevaron al templo donde iba a residir la niña de tres años, conforme a la promesa que habían dado, Joaquín llamó a unas hebreas vírgenes para que la acompañaran con lámparas. María los adelantó sin ningún temor o vacilación y, al llegar al atrio del templo, se encontró con Zacarías, el sumo sacerdote, y se aventó a sí misma en sus brazos mientras él decía: “El Señor te glorifique en toda generación, pues he aquí que, en ti, Dios revela, en los últimos días, la salvación preparada para Su pueblo.” Luego, a diferencia con los hábitos conocidos, el sumo sacerdote introdujo a la niña María en el Lugar Santísimo -- la parte del templo inaccesible a ninguno excepto el mismo sumo sacerdote que entraba una vez al año para ofrecer un sacrificio por los pecados del pueblo -- Zacarías sentó a María en el tercer escalón del altar. La gracia del Altísimo descendió sobre ella, así que se paró y empezó a bailar de alegría. Todos los presentes glorificaron a Dios por todo lo que hubo de realizarse en esta niña. Joaquín y Ana regresaron a su casa, pero sin la niña. Ella permaneció en el templo nueve años, asimilando lo celestial, sin preocupación ni pasión. Las mismas necesidades de la naturaleza las superó, al igual que todos los deseos materiales. Vivió totalmente para Dios, contemplando Su hermosura. Con constante oración y vigilia, adquirió la pureza del corazón y se transformó en un espejo que refleja la gloria de Dios. Fue adornada con esplendoroso vestido de virtudes como una novia que se prepara a sí misma para recibir al novio celestial, Cristo Dios. Con una mente purificada por el recogimiento y el ayuno, pudo sondear la profundidad de los misterios de las Santas Escrituras y entendió el Plan de Dios para salvar a los hombres. Comprendió que todo el pasado tiempo era necesario para que Dios preparase para sí una madre elegida dentro de esta rebelde humanidad. La puso en el Lugar Santísimo donde se encontraban los símbolos de las promesas de Dios, y ella descubrió que estas sombras en ella se realizarían. María entró en el templo, y allá contuvo a Dios. El templo ya es ella. Ella es la tienda, el tabernáculo de la Nueva Alianza, la jarra del maná celestial, la vara de Aarón, y la tabla de la ley de la gracia. Por las intercesiones de la Theotokos, Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad y sálvanos. Amén.


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