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La Ascensión a los cielos de Nuestro Señor Jesucristo



Jesús después de Su Resurrección no vivió junto a sus discípulos como lo había hecho antes de su muerte. Lleno de la gloria de su divinidad, apareció a los suyos en distintos lugares y en distintos momentos, asegurándoles que en verdad era Él, pero en adelante vivo en su cuerpo resucitado y glorificado. Después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del Reino de Dios (Hech 1:3). Se utiliza el periodo de tiempo de cuarenta días en la Biblia a menudo. Significa un periodo de cumplimiento y plenitud (Gen 7:17; Éx 16:35; 24,18; Jue 3:11; I Sam 17:16; I Rey 19:8; Jon 3:4; Mt 4:2).

Cuarenta días después de su pascua, Jesús ascendió a los cielos para ser glorificado a la diestra del Padre (Hech 1:9-11; Mc 16:19; Lc 24:51) La Ascensión de Cristo es su partida física final de este mundo después de Su Resurrección. Es el cumplimiento de su misión en este mundo como el Salvador Mesiánico. Es su glorioso retorno al Padre quien lo había enviado al mundo para llevar a cabo la obra que le había designado (Jn 17:4-5). “Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo” (Lc 24:51-52).

La celebración que la Iglesia hace en esta fiesta de la Ascensión, tal como en todas las demás fiestas de este tipo, no es un simple recordatorio de algún acontecimiento sobrenatural en la vida de Jesús. Las Sagradas Escrituras enfatizan la partida física de Cristo y su glorificación por Dios Padre, junto al gran regocijo que experimentaron los discípulos al recibir la promesa del Espíritu Santo quien vendría para asegurarles la presencia del Señor con ellos, capacitándoles para ser sus testigos hasta los confines de la tierra (Lc 24:48-53; Hech 1:8-11; Mt 28:16-20; Mc 16:16-19)

En la Iglesia, los creyentes celebran estos acontecimientos con la convicción de que la partida de Cristo desde este mundo ha sucedido para ellos y para la humanidad entera. El Señor se va para que sea glorificado junto a Dios Padre y para glorificarnos a nosotros juntamente con Él. Él se va para preparar un lugar para nosotros, y para llevarnos a todos a la dicha y bienaventuranza de la presencia de Dios. Nos abre el camino para que todos podamos entrar “al santuario celestial… el Lugar santo no hecho por manos humanas”. Se va para poder enviar el Espíritu Santo, quien procede del Padre, y dará testimonio acerca de Él y Su Evangelio en el mundo, haciéndolo poderosamente presente en la vida de sus discípulos.

Los himnos litúrgicos de la fiesta de la Ascensión hablan de todo esto. Los versos para las antífonas de la Divina Liturgia son tomados de los salmos 47, 48 y 49. El tropario de la fiesta que se canta en la Pequeña Entrada es cantado también después de la comunión, en lugar del himno “Hemos Visto la verdadera Luz”.

(Fuente: www.acoantioquena.com)

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