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Hoy se cumplen cuatro años del secuestro del Metropolita Pablo de Alepo (en Siria) del Patriarcado d

Hoy 22 de abril se cumplen 4 años del secuestro del Metropolita Pablo de Alepo (en Siria), de la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Antioquía. Ese mismo día también fue secuestrado el Arzobispo Juan de la Iglesia Siriana Ortodoxa de Antioquía y todo el Oriente. Por este motivo, ambas Iglesias emitieron una Carta en conjunto, por la celebración de la Pascua haciendo referencia al secuestro de los dos Arzobispos. Compartimos aquí la carta. Y seguidamente compartimos un sermón del Metropolita Pablo en el Domingo de Tomas (que se celebra mañana). Y pedimos a nuestros fieles oraciones por la pronta liberación de estos dos mártires * de la fe.

(* un mártir es aquél que da testimonio de la Fe, sin necesidad de que muera por ello)


Damasco, 14 de abril de 2017

Carta Pastoral por la Pascua de la Resurrección

Por los dos Patriarcados Ortodoxo y Siriano Ortodoxo de Antioquía y todo el Oriente

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Queridos hermanos e hijos espirituales,

¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

Cristo ha resucitado y el Oriente está sangrando. Cristo ha resucitado y nuestro pueblo de todas las confesiones paga con sus propias vidas el costo exigido por intereses egoístas. Cristo ha resucitado y el destino de nuestros hermanos, los arzobispos Pablo y Youhanna (de Alepo), aún no está claro. La Pascua llega este año y ya estamos cerca del día de su secuestro, el 22 de abril. Este cuarto aniversario es quizás el momento más apropiado para que volvamos a levantar nuestra voz y para hacer escuchar a nuestros fieles y a todo el mundo la voz de nuestro dolor en la Iglesia de Antioquía y la voz de todos los que están afligidos en Oriente.

Estamos siendo crucificados en este Oriente, sufriendo esta gran prueba. El mundo mira la cruz de nuestra agonía, y se satisface simplemente expresando el dolor sobre nosotros. Sin embargo, el poder de este mundo no nos expulsará de nuestra tierra, porque somos hijos de la cruz y de la resurrección. Hemos sido desplazados a lo largo de la historia, y todavía estamos siendo desplazados hasta el día de hoy, pero cada uno de nosotros está llamado a recordar que la tierra de Cristo no será vaciada de sus seres queridos y de los que llevaron Su nombre después de Él desde hace dos mil años. Y si el acto de secuestro de los dos arzobispos de Alepo y de los sacerdotes pretende desafiar nuestra presencia cristiana oriental y arrancarla de esta tierra, nuestra respuesta es clara. A pesar de que han pasado cuatro años desde que los dos arzobispos fueron secuestrados y esta crisis (en Siria) ha durado seis años, nos quedamos aquí junto a las tumbas de nuestros padres y de su tierra santificada. Estamos profundamente arraigados en el vientre de este Oriente. Estamos decididos a no abandonar nuestra tierra, además de defenderla con nuestra propia sangre y nuestras vidas.

Al dar su paz, Cristo dijo: “No teman, porque he aquí yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. Recordamos a nosotros mismos, a nuestros hijos y al mundo entero que la presencia cristiana en este Oriente, que se caracteriza por su espíritu de apertura, es más que una presencia; es una identidad más que un orgullo. Nuestra convocatoria de hoy quiere despertar al mundo, organizaciones, estados, gobiernos, asociaciones y embajadas, con un grito de verdad: ¡Queremos vivir en este Oriente en armonía y paz con todas las confesiones!

¡No necesitamos que se compadezcan de nosotros o que se denuncien a terceros, sino que necesitamos de la buena voluntad, sincera y seria, de todas las partes para fomentar la paz en nuestra tierra! Las vidas de nuestro pueblo no son más baratas que las vidas de otros. Los arzobispos Pablo Yazigi y Youhanna Brahim fueron secuestrados y nadie se preocupó por emitir más que una mera declaración de denuncia o promesa que no dio resultados hasta este momento. Valoramos y apreciamos el trabajo y el celo de algunos que han trabajado con todas sus fuerzas en favor de esta cuestión, pero la verdad debe decirse: Estábamos y todavía estamos esperando más que eso, especialmente de aquellos que tienen el poder de “atar y desatar” a nivel internacional y regional. No hemos más que dejar este asunto al cuidado del mundo civilizado, que nos ha cargado con su discurso sobre las democracias y las reformas, mientras que nuestro hombre en Oriente es privado del pan y de todos los medios de subsistencia. El costo de vida cada vez más alto y el asfixiante asedio están afectando el sustento de los pobres. Desafortunadamente, nos imponen una guerra como sirios, y hay consecuencias que nos pesan como libaneses. Y hay un precio que pagamos como orientales en todo Medio Oriente que derivan de los resultados de todas las guerras, como si las apuestas se libran en nuestra tierra. Nuestro llamamiento de hoy es para meditar sobre los acontecimientos, y para gritar “¡Ya basta!” en la cara de los que alimentan nuestra tierra con terrorismo, takfirismo y extremismo ciego. Nuestro llamamiento de hoy es un grito “¡Ya basta!” en la cara de los que financian al terrorista, mientras muchos simulan la ceguera en cuanto a su existencia, y más tarde se apresuran a luchar contra él o pretenden que luchan contra él.

En la Santa Pascua, suplicamos al Señor resucitado que quite la piedra de nuestros

corazones y rompa con su lanza la guerra de este mundo. En estos días santos, rezamos por nuestros arzobispos secuestrados, repitiendo nuestro llamamiento para su liberación. Hemos golpeado las puertas de las embajadas, sin omitir ningún foro internacional y regional, en nuestro esfuerzo por presentar al mundo en general, la crisis en Siria y explicar sus repercusiones, incluido el secuestro y el desplazamiento de nuestro pueblo. Hemos planteado la cuestión de los arzobispos secuestrados. En esta ocasión, hacemos un

llamamiento a todos, aquí y en el extranjero, para que trabajen arduamente en favor de la liberación de los Arzobispos de Alepo y para cerrar este asunto, que se encuentra en los pasillos del olvido a nivel mundial. Sin embargo, esta cuestión siempre está presente en nuestras almas y en las almas de todos nuestros hijos, cristianos y musulmanes, y todos los hombres de buena voluntad.

En el día de la resurrección de Cristo, pedimos que la paz de su resurrección esté sobre ustedes, y sobre nuestros hijos en la patria y en el extranjero. Durante la Pascua, que significa pasar por encima, elevamos nuestras oraciones fervientes al Señor de los ángeles para traer la paz a nuestro país y al mundo entero. Nuestra oración ferviente va por todos los secuestrados. Nuestras oraciones van por cada persona desplazada, sin hogar, en miseria, afligida y pobre. Elevamos nuestra oración sincera al Señor resucitado para que Él envíe su verdadero espíritu de paz para silenciar todas las voces de los combates y de disturbios en Oriente Medio y en el mundo en general.

En la Resurrección de Cristo, aquellos que llevan Su nombre, los cristianos de la Iglesia de Antioquía, siempre se comprometen en recordar que el camino de la resurrección comenzó con la Cruz y fue coronado con la luz del Sepulcro vacío. A medida que imitamos a Cristo, no tememos la muerte ni la adversidad, pero oramos en nuestra debilidad, como nuestro Señor Jesucristo oró, para que la copa del sufrimiento pase.

En estos días recordamos la resurrección de Cristo mezclado con un dolor en el corazón que lleva cuatro años sin haber sido sanado. Oramos hoy al Señor resucitado para que infunda su esperanza en nuestros corazones, concediéndoles Su Espíritu Santo y concediéndonos el don de la liberación de todos los secuestrados, para que siempre podamos clamar: ¡Cristo ha resucitado y los ángeles exultan! ¡Cristo ha resucitado y las barras del Hades fueron destruidas! ¡Cristo ha resucitado y la vida es renovada! A quien se le debe toda gloria y dominio por los siglos de los siglos. Amén.


¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!


+ Juan X

Patriarca de Antioquía y todo el Oriente


+ Efrén II

Patriarca de Antioquía y todo el Oriente

y Primado de la Iglesia Siriana Ortodoxa

en el mundo


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Homilia del Metropolita Pablo de Alepo

sobre el Evangelio del Domingo de Tomás


El Metropolita Pablo de Alepo, secuestrado desde el 22 de abril pasado junto a otro jerarca de la Iglesia Siriana Ortodoxa, Metropolita Juan, comparte con nosotros una homilía sobre el Evangelio del Domingo de Tomás, primer domingo después de la Pascua.

Rezamos por su liberación.


“¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20:21)


Así gritó el discípulo cuando se encontró con Cristo resucitado. Hoy el Señor aparece por sexta vez después de haber aparecido el día de la resurrección cinco veces: a Pedro, a los discípulos de Emaús, a María, a las miróforas y a los diez discípulos.

Este domingo se llama “el domingo nuevo”, tal como toda la semana que sigue al domingo de la Pascua se llama “la semana de las luces”, o más exactamente “la semana de la renovación”. ¿En qué consiste la novedad? La respuesta la dio Jesús con un gesto, al aparecerse a los discípulos: “sopló sobre sus discípulos” diciéndoles: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20:22). En este gesto – “soplar” - Jesús pretende volver con sus discípulos al sexto día de la creación, cuando formó al hombre con sus manos y sopló sobre él, convirtiéndolo en un alma viviente. El Espíritu Santo apareció en el mundo en varias formas - paloma y llamas de fuego -, pero el soplar nos hace recordar aquí su rol en la creación. A través de este gesto, Jesús quiere referirse a la nueva creación, a una nueva regeneración.

Este es el acontecimiento de la resurrección: es una nueva creación, es modelar de nuevo al ser humano. La Resurrección aconteció para que nos regenere. Aquel que se convierte en testigo de la resurrección de Cristo se transforma inmediatamente en una nueva creatura. La Resurrección (cuando la atestiguamos) es un acontecimiento que transforma al hombre y lo renueva. Al atestiguar la resurrección de Cristo, Pedro se transformó de un fugitivo y negador en un pastor, acorde a la respuesta de Cristo: “Pedro, ¿me amas?... Apacienta mis ovejas” (Jn 21:15). Al atestiguar a Cristo resucitado, María Magdalena se volvió una evangelizadora (Jn 20:18). Atestiguaron los dos discípulos de Emaús a Cristo al partir el pan y lo reconocieron (Lc 24:30; 31).

En este texto nos damos cuenta cuándo se produjo el cambio en Tomás. Cristo había resucitado, pero Tomás no lo había visto. Hoy, ocho días después, la resurrección de Cristo se vuelve operante en Tomás, porque es ahora que él la atestigua. Aquí somos testigos de la transformación de la antigua a la nueva creación. La exclamación de Tomás – “¡Señor mío y Dios mío!” - explica cuán eficaz es la resurrección, la transformación acaecida y la renovación acontecida. Y esta exclamación tiene dos características:

“Señor mío y Dios mío” significa la toma de la decisión de que, después de haber sido testigo de la resurrección de Cristo, Jesús se vuelve nuestro Señor. Y este Señor es claro con nosotros, ya que nos ha dicho que no podemos adorar con Él a dos o tres señores más… Por ello, reiteramos en la Pascua esta oración: “Habiendo visto la resurrección de Cristo, adoremos al Santo Señor Jesús… por­que Tú eres nuestro Dios y otro que a Ti no cono­cemos, y aclamamos Tu Nom­bre”. La resurrección es un acontecimiento ante el cual caen los señores, a veces los deseos, a menudo la gloria, y eso para que adoremos sólo a nuestro Señor Jesucristo.

La segunda característica de la nueva creatura, la que expresa la exclamación salvífica de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” es la faz personal. Tomás no exclamó: “Oh Señor y Dios”, sino que dijo: “Señor mío y Dios mío”. El Cristo viviente es una realidad para mi vida. La gracia de su resurrección me es propia, es decir que su resurrección, o sea su vida, es mi vida. La exclamación del Apóstol Tomás – “Señor mío y Dios mío” – podrá ser interpretada con esta expresión: “Señor mío y Vida mía”.

Por ello, este pasaje del Evangelio de San Juan termina con la misma conclusión con la que termina todo el Evangelio de San Juan, afirmando que la resurrección del Señor y todo lo que acontecido se han escrito para nosotros y para que tengamos vida en Su nombre: “Y muchas otras señales (milagros) hizo también Jesús en presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero éstas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo (el Mesías), el Hijo de Dios; y para que al creer, tengan vida en Su nombre” (Jn 20: 30-31). Amén.

(Fuente: www.acoantioquena.com)

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