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SPINALONGA, EL TESTIMONIO DEL HIEROMONJE HRISANTOS


Esta historia es de un paciente que vivió en Spinalonga, una isla de Creta, en Grecia, que una vez fuera el lugar de exilio de los que padecían la lepra y cuenta el gesto de amor cristiano de su capellán, el monje y sacerdote Hrisantos.


Yo tenía lepra.

Pase muchos años en la isla de Spinalonga. La enfermedad nos había paralizado. El miedo por la plaga había hecho que los sanos huyan y se escondan de nosotros. Nadie tenía la valentía de acercarse a nosotros. Los periodistas llamaron a Spinalonga como la isla de los muertos.

Los médicos, enfermeros, trabajadores y las mujeres que lavaban la ropa para nosotros, todos nos abandonaban antes de la puesta del sol en la isla, por miedo al contagio.

No querían pasar la noche con los leprosos. Sentíamos una gran necesidad del sacerdote. Sólo él nos podía consolar con la palabra de Dios, y animarnos espiritualmente.

Pero el sacerdote venía dos veces por mes. Venia el sábado a la tarde, oficiaba la víspera y se iba.

A la siguiente mañana él venia, oficiaba la Liturgia y se iba otra vez; y venía también para lo más necesario... los funerales.

Un día, algunos hombres estábamos sentados en el patio de una taberna, que estaba a lado del portón de entrada, cuando vemos a un sacerdote entrando. Supusimos que venía para oficiar. Al instante que nos vio, se nos acercó y nos saludó a cada uno, lo sentimos de corazón. Todos nos pusimos de pie, con las cabezas un tanto inclinadas. Nadie le dio la mano porque esto no estaba permitido a ningún leproso. No le está permitido dar la mano, para que esta maldita enfermedad no sea transmitida. Pero él nos dio la mano. Saludó a cada uno cordialmente.

“Me voy a quedar en la isla con ustedes, para ayudarlos en el cumplimiento de sus deberes cristianos”, dijo.

Al siguiente día, todos fuimos al templo de San Panteleimon (Pantaleón). Todos, mujeres, niños y hombres, seguimos la Liturgia piadosamente y con profunda devoción. No Comulgamos porque no habíamos ayunado, no sabíamos que íbamos a tener Divina Liturgia. Nos acercamos para recibir el pan bendito (Antidor) al final de la Liturgia y todos como es costumbre en situaciones normales, le besamos la mano al recibirla, porque el pidió que así lo hiciéramos. Mientras nos daba el pan bendito, él acercaba su mano derecha hacia nuestra boca. A todos se nos empezaron a caer las lágrimas.

Antes de su llegada, el pan bendito lo tomábamos de un canasto hecho de cañas, que el acólito dejaba en una mesita.

En la siguiente Divina Liturgia, la Iglesia estaba llena, así como también el atrio del templo. Todos Comulgamos. Finalizada la Liturgia, vimos que el sacerdote tomó el Cáliz y terminó de consumir el resto de la Comunión que quedó luego de que nosotros habíamos comulgado (cabe mencionar que en la Iglesia Ortodoxa la Comunión se distribuye siempre con pan y vino del Cáliz, los cuales al transubstanciarse se convierten en el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, y se dan a los fieles con una cuchara). Nosotros pensábamos que estábamos soñando, mirando con los ojos plenamente abiertos que el sacerdote tomó la comunión restante y la consumió, las lágrimas cálidas y grandes caían de los ojos de todos, ya que el sacerdote anterior, usualmente quemaba la Comunión que quedaba en el Cáliz detrás de nosotros, los leprosos.

El Hieromonje Hrisantos estuvo por 10 años con nosotros, día y noche. Nos visitaba en nuestras casas. Nos abrazaba con su amor y nos guiaba espiritualmente, nos alentaba, ayudaba y consolaba. Fue todo para nosotros.

Y cuando abandonamos la isla, cuando fue descubierta la cura para la lepra, él se quedó, pues decía: “Tengo que mantener las tumbas y oficiar responsos por las almas de los difuntos. No los puedo abandonar”. Cuando su salud ya estaba arruinada, con la bendición del Arzobispo Metropolita, abandonó la isla y se fue a un monasterio.

Confeccionado y vuelto a narrar por Natalia Kovachevich

Dedicado a todos aquellos que en estos momentos difíciles, sólo muestran amor, sacrificio y comprensión.

Traducción:

P. Branko Stanisic, correcciones P. Esteban Jonanovich y P. Esteban Díaz

Isla de Spinalonga

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