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"El sentido de ser Ortodoxo" por el Metropolita Siluan (Muci)


El sentido de ser ortodoxo

Por el Metropolita Siluan (Muci)

Domingo 1 de la gran cuaresma –

Domingo de la Ortodoxia (Juan 1, 44-52)

“Desde ahora veréis el cielo abierto

y a los ángeles de Dios subir y bajar so­bre el Hijo del Hombre”

El Señor afirmó a Natanael y a Felipe en el evangelio de hoy: “Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar so­bre el Hijo del Hombre”. ¿Cómo esta visión es posible? El Señor lo explicó en otro lugar a Nicodemo: “Quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios” y le explicó: “quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos” (Juan 3, 3; 5). Ya, como cristianos, hemos nacido en el reino de los cielos por el bautismo. Este nacimiento nos habilita a vivir en este reino. Si nuestra incorporación social necesita todo un aprendizaje, en la familia, la escuela, la universidad, etc., ¿cuánto más necesitaría, pues, una integración espiritual análoga, pero a nivel de nuestra fe?


Para subir al cielo y sentarse con los ángeles, has de tener una fe correcta. La fe es tu escalera hacia el cielo. Por ella se manifiesta Cristo y revela a su Padre. La fe nace en tu corazón, se acerca a ti por la oración, la lectura de la palabra de Dios y tu participación en los oficios litúrgicos. Tal aprendizaje constante fortalece la fe en ti, y genera en ti el amor a Dios y al prójimo. Ahora estás predispuesto al beneficio del ayuno, este espacio que vives en la gran cuaresma en que se purifican tu mente y tu corazón para preparar a Dios una morada adecuada y ser digno de ver a Cristo resucitado.


Si nuestra Iglesia festeja hoy el domingo de la Ortodoxia, entonces estamos festejando la rectitud de nuestra fe, lo que significa esta palabra en griego. Rectitud de fe es hablar de Dios y de su Iglesia como lo hemos recibido de parte de los santos de una vez para siempre. Pero ayunar con una creencia equívoca no sirve. ¿En qué te beneficia el ayuno si dudas en la divinidad de Cristo o en la veracidad de su resurrección? Haz que prime el corazón lleno de gracia y purificado por la fe, y sigue la vigilancia para disciplinar el espíritu por el ayuno.


Contemplando nuestra situación, es una lástima constatar que una gran mayoría desconoce su propia fe y su Iglesia; o que no entran en la Iglesia, y pierden la oportunidad de recibir el cariño de Jesús. ¿De dónde conoces tu fe si no has leído una línea del evangelio? ¿Acaso tienes una copia en casa? Si la tienes, ¿la estás leyendo, o se está guardada? ¿Qué cristianismo conoces si nadie te ha visto en la Iglesia más que tres veces en tu vida (bautismo, casamiento y tu funeral), o quizás a veces en funerales y casamientos de amigos o familiares? En realidad, la ignorancia es grande. También algunos se sienten defensores de la fe ortodoxa, pero sin tener siempre un conocimiento verdadero o una participación efectiva en el culto desarrollado en la Iglesia.


Permanecer así en su ignorancia o exhibir meras actitudes pretensiosas matan espiritualmente al hombre. Remediar la situación implica un intento constante de profundizar su conocimiento de su propia Iglesia. Este conocimiento abarca a la mente y al corazón. El aprendizaje permanente es necesario, así como lo vivimos a nivel de los estudios escolares y universitarios. Además del conocimiento, es necesaria la afinidad que viene de la participación de los sacramentos. Como los novios se conocen y tienen afinidades a partir de la frecuencia de la comunión y comunicación que tienen, del mismo modo, se establece nuestra afinidad con el Señor, cuando Le demos un lugar, un tiempo y un contexto. Si la amistad lleva su tiempo, ¿cuánto más nuestra vida, nuestro conocimiento y nuestra comunión con Dios? La amistad se crea a partir del conocimiento, el desarrollo de afinidades y la frecuencia en los encuentros. Nuestra comunión con Dios se basa en el aprendizaje, el conocimiento, la practica de la liturgia y el compromiso a ser un buen cristiano a partir de las enseñanzas y lecturas bíblicas y nuestro compromiso con nuestro prójimo. La ortodoxia que se queda en la memoria y los recuerdos sin vivirla en los sacramentos y la divina liturgia de los domingos está condenada a perecer.


Armado por un conocimiento verdadero de la palabra de Dios y un corazón purificado por la participación asidua de los sacramentos, podemos verdaderamente amar a Dios y al prójimo. Sino, ¿cómo podemos pretender ser cristianos si no activamos nuestra relación con Dios, ni tampoco servimos o amamos a nuestro prójimo? ¿Cómo se piensa una vida cristiana fuera de la imitación de la vida de nuestro Señor? ¿Cómo imitar a Cristo sin leer la Biblia? ¿Cómo pretendemos creer sin conocer y vivir esta fe?


Hemos de ser serios, rectos y comprometidos. Queremos a nuestro Señor, quien vino del cielo, estuvo en un lugar determinado, vivió con nosotros, amó a todos, sufrió por nosotros y murió para nosotros. Todo esto es para enseñarnos cómo vivir en un lugar determinado, en nuestra Iglesia, y estar abiertos a todo hombre. Si podemos realmente vivir nuestra fe, seremos una levadura en este mundo.


Nuestra casa está en el cielo; no tenemos nada en la tierra, así como lo dice el apóstol Pablo: “Como mendigos, pero enriqueciendo a muchos; como quienes nada tienen, poseyéndolo todo” (II Corintios 6, 10). La rectitud de la fe va más allá de las apariencias y de lo superficial; es una pertenencia interiorizada, profunda, ontológica. La civilización, la educación, el trabajo, etc., son cosas necesarias, pero no pueden salvar al hombre. ¿Adónde vamos sin Dios? El Verbo de Dios se hizo hombre, para que podamos vivir con Él. La apertura hacia Él nos habilita a ver sus milagros, las “cosas mayores” que el Señor prometió a Natanael y Felipe. Queda en nuestra atención y cuidado el camino que queremos seguir.


El cristiano comprometido no puede crecer si no escucha al Señor: “Ven y verás”, o sea ven a Mi evangelio, Mi divina liturgia, a comer Mi cuerpo y beber Mi sangre; entonces verás a los ángeles no solamente subiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre, sino sobre ti también. Amén.

+Metropolita Siluan

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