Unas reflexiones sobre el perdón cristiano, a propósito del Domingo del Perdón
El último escalón para nuestra entrada a la Gran Cuaresma, nuestra Iglesia viene con la lectura evangélica que es parte de la homilía en el Monte de los Olivos del Evangelio de Mateo; para acentuar lo que ha sostenido en los anteriores Domingos introductivos del Triódion, que: no es posible caminar este período bendito, que desemboca a la Cruz y la Resurrección del Señor, es decir, no podemos tener una relación real con nuestro Señor, si no expulsamos de encima nuestro las “máscaras” de la hipocresía y nos mostramos ante Él con nuestro auténtico rostro.
Nuestro verdadero tesoro, no se encuentra en los marcos asfixiantes de este mundo pasajero, sino en la Realeza increada de Dios. Y esto significa que la Gran Cuaresma funciona como tipo o modelo de toda nuestra vida, puesto que la lucha del cristiano es cómo mantener íntegra su verdadera persona o personalidad, aquello que salió de la santa pila del bautizo de nuestra Iglesia como miembro de Cristo. El Señor, pues, recalca: Nadie puede estar con el Dios y mantener el regalo de su Jaris (gracia, energía increada) sin antes no pide perdón interrumpidamente a su prójimo: “Si no perdonáis los pecados, errores y fallos de los demás, tampoco vuestro Padre perdonará los vuestros”.
Así que la condición para que uno sea Cristiano, es la vivencia del perdón, sin maldad, ni rencor ni resentimiento. Uno no se puede llamar cristiano, sin perdonar a todos, aunque estos sean sus enemigos. Además, esto es el signo que distingue al mártir o testigo cristiano de cualquier otro tipo de mártir o testigo: el cristiano debe estar muriendo orando por sus perseguidores y enemigos, certificando de esta manera la autenticidad de su fe en Cristo Dios.
El creyente sobre todo deberá pasar por algunas etapas que nos han indicado y definido los ascetas Maestros y Padres de la Iglesia. Por ejemplo, san Juan el Sinaíta, el llamado después el Clímaco o de la Escalera, nos habla sobre tres pasos, para progresar en la vida espiritual. Escribe que el primer paso es aceptar los ataques y desprecios, aunque que sea con tristeza, angustia y amargura de la psique. Al segundo paso llegan aquellos que habiendo pasado ya del primero, no se entristecen ni angustian por los ataques y reveses que ocurren, pero por supuesto tampoco se alegran. El tercer paso es el estadio de los perfectos, es de aquellos que no sólo no se afligen ni se amargan, sino que consideran como elogios las deshonras. Se trata del estado de perfeccionamiento que por el hombre actual autonomizado y racionalizado se considera como locura.
El mismo santo en otros puntos de sus palabras procede a dar consejos concretos que pueden ayudar a uno superar el resentimiento o rencor. Algunos ejemplos.
– Si sientes amargura y odio por algún hermano y no tienes la fuerza de amarlo con tu corazón, por lo menos arrepiéntete ante él y acércate con palabras, con la boca. Quizá así te dé vergüenza por tus palabras y así lo amarás realmente.
– Si has escuchado que un hermano te ha acusado, tú no te dejes caer en el resentimiento o rencor, sino supéralo diciendo para él palabras elogiosas.
– Si ves y escuchas algo que te mueve al juicio o crítica maligna (que es fruto del rencor o resentimiento), no digas que por amor juzgas y criticas malamente, porque el amor conduce a la oración secreta por aquel que se ha equivocado y no en acusación.
Sacerdote Georgios Dombarakis ( Cfr. http://www.logosortodoxo.com/lecturas-evangelicas/parabola-domingo-de-ayuno/)