La Misión interna de nuestra Iglesia - por San Justin Popovich
La misión interna de nuestra Iglesia:
poner en práctica la Ortodoxia
La misión de la Iglesia, dada por Cristo y puesta en práctica por los Santos Padres, es esta: que en el alma de nuestra gente sea sembrado y cultivado el sentimiento y el conocimiento de que cada miembro de la Iglesia Ortodoxa es una persona católica (1), una persona que es para siempre y es Divino-humana (2); que cada persona es de Cristo, y por consiguiente es hermana de cada ser viviente, un siervo atento a todos los hombres y a toda la creación. Este es el objetivo de la Iglesia, dado por Cristo. Cualquier otro objetivo no es de Cristo sino del Anticristo. Para ser nuestra Iglesia local la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, este objetivo debe ser puesto en obra continuamente entre nuestra gente. ¿Y cuales son los medios para lograr este objetivo Divino-humano? Una vez más, los medios son Divino-humanos ellos mismos, porque un objetivo Divino-humano sólo puede realizarse exclusivamente por medios Divino-humanos, y nunca por medios humanos ni por ningún otro medio. Es en este punto que la Iglesia difiere radicalmente con cualquier cosa que sea sólo humana o de esta Tierra.
Estos medios no son otros más que los Divino-humanos esfuerzos ascéticos y virtudes. Y ellos pueden ser practicados exitosamente sólo por los teóforos ascetas (3). Las virtudes Divino-humanas existen en un parentesco orgánico: cada una nace de la otra y cada una es consumada en la otra.
La primera entre las virtudes ascéticas es el esfuerzo de la fe: las almas de nuestra gente deben pasar, y constantemente deben estar pasando, a través de este esfuerzo. En el sentido de que estas almas deben luego entregarse a Cristo sin tener reserva alguna y sin otros compromisos, habiéndose ellas extendido hasta las profundidades Divino-humanas y ascendido hasta las alturas Divino-humanas. Es esencial crear en nuestra gente el sentido de que la fe en Cristo es una virtud más allá del nacionalismo, es Universal y católica, es trinitaria; y que para uno, creer en Cristo implica esperar en Cristo, y sólo en Cristo, en cada evento de nuestras vidas.
La segunda de las virtudes ascéticas es la virtud Divino-humana de la oración y el ayuno: esta virtud debe pasar a ser el modo de vida de nuestra gente ortodoxa, debe pasar a ser el alma para las almas, porque la oración y el ayuno son los medios omnipotentes dados por Cristo para purificar no sólo la persona sino la sociedad, la gente, y la raza humana en su extensión, de toda corrupción. Son la oración y el ayuno los capaces de limpiar en nuestras almas la corrupción y pecaminosidad (S. Mateo 17:19-21). Las almas de nuestra gente deben acoplarse en la vida ortodoxa de oración. La oración y el ayuno deben ser realizados no meramente para el individuo o para un grupo de gente, sino para todos y para todo ("en todos y por todo" como rezamos en la Divina Liturgia, N. del T.), para amigos y enemigos, para aquellos que nos persiguen y aquellos que nos ponen a muerte, porque así es como los cristianos se distinguen de los gentiles (S. Mateo 5:44-45).
La tercera de las virtudes de Dios-hombre es el amor: el amor que no conoce límites, que no pregunta quién es digno y quién no, sino que ama a todos; amando a amigos y enemigos, pecadores y malhechores, sin amar sus pecados y crímenes. Bendice al perverso, así como lo hace el sol, que brilla tanto sobre el malo como sobre el bueno (S. Mateo 5:44-46). Este amor Divino-humano debe cultivarse en nuestra gente, porque su carácter católico es lo que lo separa de otros auto-proclamados y relativos amores: del tipo del fariseo, del humanista, del altruista, del nacionalista y asimismo del amor animal. El amor de Cristo es amor que lo abarca todo, siempre. Y es adquirido a través de la oración, porque es un don de Cristo. Ahora el corazón ortodoxo reza con intensidad: Señor del amor, este amor hacia cada uno y hacia todas las cosas ¡concédemelo!
La cuarta virtud ascética es la Divino-humana virtud de la mansedumbre y humildad. Sólo aquel que es manso de corazón puede calmar fieros corazones alborotados; sólo aquel que es humilde de corazón puede humilizar almas orgullosas y altivas. Para estar "mostrando toda mansedumbre a todos los hombres" (Tito 3:2). Pero una persona se transforma verdaderamente en mansa y humilde cuando dirige su corazón hacia Cristo el Señor humilde y manso, siendo Él el único verdadero "manso y humilde de corazón" (San Mateo 11:29). El alma de la persona debe volver a ser mansa a través de la mansedumbre de Cristo. Toda persona debe aprender a rezar: ¡Oh, manso y apacible Señor, calma mi alma feroz! El Señor se humilló a sí mismo con la más grande humildad: se encarnó y se hizo hombre. Si quieres ser de Cristo, entonces humíllate como un gusano: mete tu cuerpo en el dolor de todos los que están en dolor, de cada uno que sufre y está penando; en la aflicción de todos los que son atormentados por sus pasiones; y en el trauma de cada animal y ave. Humíllate más bajo que todos ellos: sé todas las cosas a todos los hombres, pero sé de Cristo y acorde con Cristo. Cuando tú vives acorde con ti mismo, entonces reza: ¡Oh, humilde Señor, con tu humildad humíllame a mí!
La quinta virtud ascética es la virtud Divino-humana de la paciencia y humildad: es decir soportar el mal accionar, no devolver mal por mal, perdonar en total compasión todo ataque, calumnia y daño. Ésto es lo que significa ser de Cristo: sentirse perpetuamente crucificado para el mundo, perseguido por él, violado y escupido. El mundo no va a tolerar a hombres Cristóforos (que llevan a Cristo en su ser), así como no toleró a Cristo. Martirio es el estado en el cual el cristiano produce frutos. Esto debe ser impartido a nuestra gente. Para el ortodoxo, martirio es purificación. Ser cristiano no significa solamente sobrellevar el sufrimiento en forma alegre, sino también perdonar en compasión a aquellos que lo causan, rezar a Dios por ellos así como Cristo lo hizo y como lo hizo el archidiácono Esteban. Entonces reza: ¡Señor muy sufriente, concédeme indulgencia, hazme magnánimo y manso!
La misión de nuestra Iglesia es infundir estas virtudes Divino-humanas y estas exhortaciones ascéticas dentro de la forma de vida de la gente; afirmar su vida y su alma en estas virtudes cristianas. Ya que en ellas se encuentra la salvación contra el mundo y contra todas aquellas organizaciones ateas del mundo, destruidoras de almas. En respuesta al ateismo "erudito" y al refinado canibalismo de la civilización contemporánea, debemos dar lugar a aquellas teóforas personalidades, quienes con la mansedumbre de una oveja abatirán la creciente lujuria de los lobos, y con la inocuidad de palomas salvarán de la putrefacción cultural y política, el alma de la gente. Debemos ejecutar el esfuerzo ascético en nombre de Cristo, en respuesta al ejercicio cultural efectuado en el nombre del decaído y desfigurado ser europeo, en el nombre del ateismo, civilización o del Anticristo. Esto es porqué el mayor logros de nuestra Iglesia es la creación de tales teóforos ascetas.
(Traducido por el P. Esteban Jovanovich)
Citas:
“La Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica. La Iglesia es católica (universal), porque Jesucristo ha unido y abarca en Él mismo a toda Su creación: al hombre y a través del hombre, al resto de la creación (porque Dios puso al hombre como rey de la creación). El Cuerpo de Cristo es Católico porque no hace distinción de nacionalidad, ni de raza. Todos los seres humanos somos creación de Dios y cuando nacemos corporalmente en la Tierra, somos llamados a nacer espiritualmente en Su Iglesia a través del Bautismo, para unirnos a Él y vivir en Él” (del libro “La Iglesia Ortodoxa y el Ecumenismo”, Arch. Justin Popovich). “La Iglesia es Católica porque no está limitada ni por espacio ni por tiempo, ni por naciones. Ella une en sí a todos los verdaderos creyentes” (del libro “La Ley de Dios”, Protopresbítero Serafím Slovodskoy.
Jesucristo es Dios-Hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre. Todas las enseñanzas de Jesucristo son Divino-humanas, porque llevan al hombre a la unión con Dios. El hombre fue creado por Dios para estar en unión con Él (“Sin Mí, nada podéis hacer” (S. Juan 15:5). El hombre se diferencia del resto de la creación en la Tierra justamente por esto, que fue creado para estar en unión con Dios. Por eso es que el hombre en su esencia es Divino-humano. La unión con Dios implica un proceso de purificación de las pasiones y de perfeccionamiento espiritual por medio, justamente, de las virtudes cristianas.
Teóforo: que lleva a Dios en su ser. Asceta: que se esfuerza particularmente en el ejercicio de la purificación y la perfección espiritual.