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LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


Hoy la Santa Iglesia Ortodoxa celebra una de sus Doce Grandes Fiestas del año: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR.

Los Evangelistas Mateo, Marco y Lucas relatan la Transfiguración de Jesucristo sobre el monte Tabor, cuando Su aspecto exterior cambió y se hizo luminoso. La transfiguración aconteció seis días después que el Salvador predijo Sus sufrimientos en la cruz. La Crucifixión siguió unos cuarenta días después. He aquí, como relata el Evangelista Mateo la Transfiguración del Salvador:

"Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos. Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista" (Mat. 17:1-12).

La montaña, sobre la cual pasó la transfiguración, no es nombrada por los Evangelistas, paro la antigua tradición, unánimemente indica el monte Tabor, que se encuentra en Galilea, a 6 Km. hacia SE de Nazaret. Cerca de esta montaña Jesucristo pasó Su adolescencia, y posiblemente la subió varias veces y oraba sobre ella. Con su altura de casi 1 Km. el monte Tabor se eleva majestuosamente sobre las planicies circundantes, atrayendo miradas de los viajeros de todos lados. Desde su cima se abre la vista sobre el mar de Galilea y el río Jordán, que se encuentran al Este de él. Desde su base y hasta la mitad el monte esta cubierto por imponentes robles y pistachos.

El Salvador llevó Consigo no a todos Sus discípulos, sino solo a tres: Pedro, Jacobo y Juan el Teólogo, dejando al resto de ellos a la base del monte. La subida al monte era fatigosa, y por eso, los apóstoles, que acompañaban a Cristo, se recostaron para descansar y se durmieron. El Salvador comenzó a orar y durante la oración Su aspecto externo cambió. Su rostro se iluminó como el sol y Su vestimenta se hizo blanca como la luz. Por la fuerte luz, los apóstoles se despertaron y vieron a su Maestro en Su Gloria celestial del Hijo de Dios. Su Divinidad resplandecía a través del cuerpo y los vestidos.

Con sorpresa, mirando al Salvador, los apóstoles vieron al lado de El a dos personajes desconocidos, que luego se aclaró que eran los antiguos profetas Moisés y Elías, que vinieron a Cristo desde el mundo invisible. Porque vinieron justamente estos profetas, los evangelistas no explican. Se puede suponer, que para los apóstoles y para todo el pueblo hebreo la aparición de los dos mas importantes hombres justos del Antiguo testamento era el testimonio de la dignidad Divina de Cristo. En primer termino, hasta este momento, entre el pueblo simple se hablaba que Jesucristo es el profeta Elías o algún otro profeta resucitado. La aparición de Moisés y Elías mostraba la incongruencia de esta opinión popular. En realidad, los profetas aparecidas hablaban con Cristo justamente como con Mesías, el Hijo de Dios. Además, como muchos judíos acusaban a Cristo de quebrar la ley de Moisés y de blasfemia — como si Él, sin ningún derecho, se apropiaba del nombre de Hijo de Dios (Jn. 9:16; 10:33), entonces la aparición de dos mas celosos defensores de la gloria de Jehová, debía convencer a todos que Cristo es, en realidad, el prometido Mesías y que todos Sus afirmaciones son verdad.

Es evidente, que Moisés, quien escribió el libro de la ley no soportaría la vulneración de esta ley y no quedaría en forma reverente ante su detractor. De misma manera, el profeta Elías, quien antiguamente quemó con un rayo a los enemigos de Jehová, no estaría parado y sumiso ante Aquel, Quien se declaraba igual al Dios Padre, — si esto no fuera verdad. (Dijo Jesús: "Yo y el Padre uno somos" (Jn. 10:30; sobre el profeta Elías ver 2 Reyes 1:10).

A nosotros, los cristianos, esta aparición de los antiguos profetas, que se fueron al otro mundo, nos convence que la vida del hombre no termina con su muerte física y las almas de los difuntos no duermen, como falsamente enseñan algunas sectas, sino viven con una plena vida espiritual. Jesucristo tiene el poder sobre la vida y la muerte y es el Señor del cielo y la tierra, tal como el dijo: "Tengo las llaves de la muerte y del Hades" (Apoc. o Revelación 1:18).

La conversación de los profetas Moisés y Elías con Cristo debía dar fuerzas a los apóstoles y fortalecer su fe en Cristo ante futuros sufrimientos en la cruz del Salvador. En realidad, los apóstoles tomaban los sufrimientos de su Maestro, como Su humillación y oprobio, en cambio, los profetas los llamaban "Gloria," que El va a revelar en Jerusalén. Y antes de Su crucifixión el Salvador miraba a la futura humillación y muerte vergonzosa como el comienzo de la glorificación de Su Padre y de Si Mismo, como Salvador de la humanidad, diciendo: "Padre, la hora ha llegado; glorifica a Tu Hijo, para que también Tu Hijo glorifique a Ti" (Jn. 17:1).

El estado especialmente bendito que experimentaron los apóstoles durante la Transfiguración del Salvador lo expresó el apóstol Pedro diciendo: "Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí!" Alegrado por la visión Divina, Pedro deseaba que continuara, si es posible, para siempre. Con esto Pedro propuso al Salvador de hacer tres enramadas ahí mismo sobre la cima del monte. (Estas carpas se hacían entre los judíos y en general entre los pueblos orientales de tal manera: desde la punta del poste, clavado en la tierra, se tendían sogas hacia varias estacas clavadas a cierta distancia del poste, luego se cubrían de lienzo. A veces en lugar de tela se usaban cueros, hojas de árboles o corteza). Apóstol Pedro no tenia deseo de volver al mundo de ira y traición, que amenazaba a su Maestro con sufrimientos y muerte.

Los Evangelistas relatan, que este momento a todos que se encontraban sobre el monte, los cubrió una nube luminosa, que indicaba la presencia de Dios Padre. (Nube oscura es símbolo y signo de Dios-Justo, ver Éxodo;, en cambio la nube luminosa, llamada en Biblia: "shekina," a veces se veía sobre el Santo-Santorum, o sea la parte principal del templo hebreo, ver 1 Reyes 8:10-11; Ezeq. 1:4; 10:4). Desde la nube se escuchó voz misteriosa, tal como en el Bautismo de Cristo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" con agregado de palabras: "a Él oíd." Estas ultimas palabras debían recordar a los apóstoles la antigua profecía de Moisés sobre el Gran Profeta que vendrá para anunciar la voluntad Divina. "Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que El hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta" (Deut. 18:19). Así, aquí, sobre el monte Tabor, años después, con el testimonio de Dios-Padre, se afirmó la profecía de Moisés sobre el Mesías como Profeta mas grande.

Al escuchar la voz, que salía de la nube, los discípulos asustados cayeron a la tierra. Aquí, sobre el monte, todo resultó para ellos extraordinario: la soledad y altura del lugar, el profundo silencio de la naturaleza, la aparición de antiguos profetas, la fuerte luz, la misteriosa nube, y al final, la voz del Mismo Dios Padre.

Cuando comenzaron el descenso del monte, Jesús prohibió a los apóstoles de contar a nadie lo que pasó sobre el monte, hasta Su resurrección de los muertos. El Señor se transfiguró para asegurar completamente a Sus apostolados de confianza, que El es realmente el Mesías. Pero para la amplia masa hebrea relatar la Transfiguración era demasiado temprano. Despertaría en ellos una imagen real de Mesías como un poderoso rey-conquistador. Mas adelante, uno de los testigos de este acontecimiento milagroso, el apóstol Pedro, recordaba esto como un hecho indudable y lo mencionaba como demostración de la naturaleza Divina de Cristo (2 Ped. 1:16-18).

(Obispo Alejandro Mileant+)

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